En agosto de 2019 volví a Japón. Hay personas que viajarán varias veces en su vida a Phuket, que conocerán todos los secretos de los fiordos noruegos, o las tiendas más interesantes de Brooklyn, pero en mi caso es Japón ese sitio especial que me atrapa. Un país lejano y singular en el que me siento a gusto. Es verdad que es un lugar de contraste entre lo tradicional y lo moderno, y que es un país curioso.
En agosto, y acompañados por el calor y humedad que ello implica, volví a Hiroshima y conocí Nagasaki. Son dos ciudades muy especiales, que han sufrido. Dos ciudades que deberíamos tener muy presentes y visitar al menos una vez en la vida. Hoy son urbes luminosas.
‘Hiroshima & Nagasaki: cultura de paz’ es un proyecto ilusionante al que hemos dedicado horas y cariño en colaboración con la obra social de la Caixa, APM y Fundación Manuel Alcántara, y que además está alineado con el Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Paz. Verá la luz el próximo 2 de octubre con una exposición en La Térmica. Tomé fotografías y mi querido Agustín recogió testimonios de los hibakusha, los supervivientes de la bomba atómica.
Recuerdo que desde que era una niña veía en el Telediario la noticia de los aniversarios del lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. La imagen que impactaba en mi cabeza año a año era la de una gran seta, impersonal, blanca, sobre una ciudad. No aparecían personas.
Cuando estuve por primera vez en el Museo de la Bomba de Hiroshima vi a esas personas. Fui más consciente del dolor, de la negrura, de la oscuridad y de la tristeza que había traído la explosión atómica. Sentí una enorme pena.
Al finalizar la visita del museo, casi en la salida había una gran bola azul de la tierra y sobre ella pinchados como unos alfileres las cabezas nucleares de los países que conservan estas armas. No podía entender por qué seguimos manteniendo esa amenaza de destrucción. Y deseo que algún día desaparezcan todas.
Con nuestros actos podemos hacer del lugar en el que vivimos un espacio más pacífico, un mundo en el que el respeto sea un valor tenido en cuenta. Un lugar mejor, pero de verdad, no palabras que suenen bien o ideas que se quedan en un papel. Cada uno de nosotros puede hacer una introspección sobre lo que podemos dar y hasta dónde podamos llegar. Así podremos hacer de este mundo un lugar mejor.
Agustín, con su texto, y yo con mis fotografías, ponemos nuestro granito de arena para dar voz a los hibakusha, para que se escuche su anhelo de paz.
Para siempre, para todos.
#HiroshimaNagasakiPaz